*La mítica peluquería se mantiene activa desde 1935
*La Familia Burrón sí existió
*Gabriel Vargas se inspiró en personajes reales y ocurrentes
Para las nuevas generaciones La Familia Burrón tal vez no signifique nada, pero para quienes fuimos asiduos lectores de una de las historietas cómicas más vendidas en México, con tirajes de hasta más de 500,000 ejemplares por semana y hayan reído a más no poder con el humorismo blanco de estos chilangos y jocosos personajes que de verdad existieron, sus ocurrencias son inolvidables.
Como no recordar las puntadas de doña Borola Tacuche de Burrón, la mujer que, de un motor de licuadora, unos trozos de madera, herramientas elementales y un especial ingenio fuera capaz de construir un avión que volara de verdad y usara la azotea de la humilde vecindad del “Callejón del Cuajo Número Chorrocientos Chochenta y Ocho”, en el que vivían, como pista de aterrizaje y despegue.
Aún recuerdo episodios donde la intrépida mujer de pelirroja cabellera y elevada estatura pero más flaca que una flauta, organizaba en el patio de la vecindad funciones de lucha libre en las que ella era la estrella del espectáculo y las vecinas más fornidas sus contendientes, todo para ganar unos cuantos pesos en forma honrada que les permitieran comer cono Dios manda sus tres alimentos al día, porque los ingresos como peluquero de Don Regino Burrón, su chaparro marido no alcanzaban para el diario sustento de ese hogar.
Ocurrencias como esa inspiraron a Don Gabriel Vargas para plasmar en el papel las tiras cómicas que en 1983 lo hicieron merecedor al Premio Nacional de Periodismo en su categoría de caricatura, por sus trabajos publicados en Editorial Panamericana.
Don Regino, Doña Borola, Reginito, Macuca, Foforito y hasta Wilson, la mascota de tan peculiares personajes se mantiene viva en las mentes de millones de familias mexicanas.
La Familia Burrón es un recuerdo imborrable del México de ayer, de esas familias proletarias que se aferraban a continuar en el estatus de clase media al que algún día pertenecieron y que la interminable carestía de las recurrentes crisis sexenales les arrebató.
La peluquería se mantiene firme en el lugar de sus orígenes
La mítica peluquería El Rizo de Oro, dónde Don Regino Burrón se ganaba la vida, acompañado de su hijo adoptivo Foforito, que le servía como chícharo, nombre con el que el pueblo describía a los aprendices de las peluquerías de antaño, se mantiene en pie desde 1935 en la calle Serapio Rendón, casi esquina con Tomás Alva Edison, en la populosa Colonia San Rafael, Alcaldía Cuauhtémoc, en la Ciudad de México (CDMX).
Incluso el edificio de la esquina donde estuviera la pulquería que fuera vecina de El Rizo de Oro, y que actualmente ocupa una marisquería, se mantiene firme también, de hecho son citadinos testigos de piedra del México de ayer, cuando los gendarmes eran de punto y en sus calles pululaban los inolvidables organilleros, los que a cuestas cargaban su pesado instrumento, un órgano portátil importado de Francia, con un mecanismo parecido al de las cajas musicales que hacían sonar una serie de tubos que reproducían nostálgicas melodías de la época de Maximiliano de Habsburgo, como La Paloma, de Sebastián Iradier.
Todavía hace tres años, la peluquería El Rizo de Oro se mantenía como en 1935, con el mobiliario de entonces y hasta los mosaicos en negro y blanco del piso del local, eran los originales. Histórico tesoro que don Edmundo, su propietario, a quien apodaban El Toluco, se enorgullecía de mantener intacto y donde don Gabriel Vargas se arreglara el cabello y conociera la historia real de Los Burrón.
Esta historia me la comentó el propio Don Edmundo, hace aproximadamente cinco años, quien al arreglarme el cabello me dijera alguna vez que el propietario original de la peluquería, era un hombre de baja estatura muy chaparrito, de origen japonés, amplia sonrisa, bigote tupido quien como cabellera tuviera tan solo una larga tira de pelos parados en forma de picos tal y como lo plasmara en su caricatura, el inolvidable dibujante e historietista nacido en Tulancingo, Hidalgo, a quien apoyaba otro dibujante muy talentoso, Don Raúl Moysen que aún vive y con quien este reportero tiene amistad en la red social Facebook.
Posteriormente, hace tres años, cuando Don Edmundo murió, sus nietos heredaron la peluquería, y estos decidieron transformar a El Rizo de Oro, en lo que es hoy, una moderna barbería saturada de clientes, en donde los descendientes de El Toluco, no se dan abasto para atender a tanta gente que se corta el cabello en ese lugar donde los precios son módicos y la atención excelente.