Por BLAS A. BUENDÍA
Se contempla que la corrupción —lacra que no cesa— afecta la toma de decisiones políticas y la productividad en el mundo.
La corrupción impone barreras al comercio internacional. Es una práctica “bastante” o “muy extendida”, acusando a los políticos como “uno de los grandes males de todo el mundo”, pero lo curioso es que pocos imaginan que forma parte de un mal antiguo.
La corrupción aumenta el costo de bienes y servicios, cuyo fenómeno es tan antiguo como el ser humano, ubicándola al grado del servilismo, formando parte de la naturaleza como sociedad.
La corrupción puede provocar crisis políticas, en medio de una complejidad que aterriza en la degradación, que, para ello, tiene una historia que pocos conocen, pero no es nada ocioso rememorarla como un “mal exquisito”.
El periódico español La Vanguardia, en uno de sus editoriales, hace referencia al tema, destacando que en ese modus vivendi, ¿cuál fue el primer caso documentado de corrupción? Difícil saberlo. Pero se apuntalan a través de la historia de la humanidad.
Historiadores se remontan hasta el reinado de Ramsés IX, 1100 a.C., en Egipto. Un tal Peser, antiguo funcionario del faraón, denunció en un documento los negocios sucios de otro funcionario que se había asociado con una banda de profanadores de tumbas, que, como se prueba hoy… ¡hacían los propios egipcios!
Los griegos tampoco tenían un comportamiento ejemplar. Los historiadores, en el año 324 a.C. Demóstenes, acusado de haberse apoderado de las sumas depositadas en La Acrópolis por el tesorero de Alejandro, fue condenado y obligado a huir. Y Pericle, conocido como el Incorruptible, fue acusado de haber especulado sobre los trabajos de construcción del Partenón.
En la época moderna, la corrupción puede atentar contra los derechos humanos que impactan negativamente en el bienestar de la población.
Carlo Alberto Brioschi, autor de Breve historia de la corrupción (Taurus). “Por ejemplo, en la antigua Mesopotamia, en el año 1500 a.C., establecer un trato económico con un poderoso no era distinto de otras transacciones sociales y comerciales y era una vía reconocida para establecer relaciones pacíficas.
“En caso de corrupción, había dos penas muy severas: una era el exilio; la otra era el suicidio. Esta última, de alguna manera, era más recomendable porque por lo menos te permitía mantener el honor”, indica.
En la antigua Roma había una doble moral: se diferenciaba claramente la esfera pública de la privada. Desviar los recursos públicos era una práctica reprobable, pero en los negocios particulares se hacían de la vista gorda.
Según la Biblia, la corrupción era una práctica tan extendida al punto que, como todos sabemos, Judas Iscariote vendió a los romanos a su maestro Jesús por treinta monedas de plata.
Las amenazas de corruptos jamás ha dejado de configurarse como actos que provienen de sicarios que, son imputables por extorsión, por vejaciones e intimidaciones, so pena que La Biblia sitúa a los corruptos en criaturas de inmoralidad que su pago era la condena de ser castigados “viajando al infierno”.
Maquiavelo acotaba que “el príncipe no se preocupe de incurrir en la infamia de estos vicios, sin los cuales difícilmente podrá salvar al Estado”.
Cuando Cristóbal Colón se lanza a la conquista de América, no puede hacer otra cosa que exclamar: “El oro, cual cosa maravillosa, quienquiera que lo posea es dueño de conseguir todo lo que desee. Con él, hasta las ánimas pueden subir al cielo”.
La corrupción es un cáncer que está asumido por la humanidad. Sancho Panza, en El Quijote, exclamaba sobre la honestidad: “Yéndome desnudo, como me estoy yendo, está claro que he gobernado como un ángel”.
La corrupción es sinónimo de la desmoralización, sin embargo, la aceptación de la misma es “un bastimento cultural”, que desgraciadamente, por ejemplo, en España queda hasta como una acción “simpática”, y si se practica en las administraciones públicas, se le domina “burocracia mercenaria patrimonial” de la época.
LENGUAJE DE LA DEGRADACIÓN
“¡De a cómo!, ¿no?”, es el lenguaje de humillación que toda sociedad, al echarse a perder por culpa de gobiernos que “huyen” del estado de Derecho, crean ipso facto, ínsulas del poder entre corruptos que dominan en todas las vertientes de la administración pública.
La historia de la corrupción en el siglo XX se suscribe como un mal necesario, porque desde los tiempos del presidente Luis Echeverría hasta fin de siglo, la prensa mexicana ha denunciado los casos más sobresalientes y vergonzosos. Es una fuente fundamental para aquella historia. La corrupción, como es obvio, no cesó en el siglo XXI, y no hay fecha ni época que podría culminarse.
Si bien en el pasado uno de los lemas que hizo historia en México, que luego de forma inmediata recorrió otros lares de América Latina, “la corrupción somos todos”. Ese tipo de frases aunadas a las de “el que no transa, no avanza“, o “roban, pero dejan robar“, siguen enraizadas en la alta confitura del Continente Americano, no sólo en la clase política, sino en todas las esferas de la sociedad.
LA CORRUPCIÓN PERMEA LA SOCIEDAD
Otro ejemplo se basa en que “todos somos responsables” y parte de la solución, son las propias sociedades las que deben dictaminar y castigar con todo el rigor de la ley en contra de esos agentes que abusan del poder, ya sea del ala conservadora, del ala centro-derecha, o de la supuesta “izquierda” que, a río revuelto, resultaron ser todos unos ¡ladronazos!, por la sencilla razón, que al emanar del fenómeno de la kakistocracia, la cual se integra como un gobierno formado por los más ineptos, los más incompetentes, los menos calificados y los más cínicos, México no es la excepción. Está sumido en ese malestar.
No hay duda que los países en vías de desarrollo, incluso hasta los más encumbrados como Estados Unidos, el fenómeno de la corrupción corroe hasta al ser más honesto, toda vez que “dinero fácil, prostituye a todo mundo”.
Irán y Arabia Saudita son dos países que por la Ley Sharia, cortan la mano a quienes roban. La Sharia, que en árabe significa “camino” o “senda”, señala que a los ladrones hay que cortarles la mano como castigo para impedir que así suceda nuevamente. Tal vez la medida es verdaderamente espeluznante, pero sabiamente efectiva.
Los colectivos de derechos humanos, sin embargo, saldrían a protestar si este tipo de políticas se aplicaran como medidas preventivas, pero ha quedado demostrado que “violencia llama más violencia”, y en esta asechanza, el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien se ha transformado en el mal de todos los males desde que echó a perder a la esfera sociedad con su famosa 4T y su etimológica parafernalia “abrazos, no balazos”, le da mayor vigencia a su género “a mí no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”.
Con base a ese tipo de celadas, los abogados en esta difícil época política por la cual camina México, se topan con frecuencia frente a justiciables que, en uso y disfrute de sus legítimos derechos, tienen ansias por saber lo que dice la ley respecto a los problemas que afectan a nuestra Nación.
“Somos los letrados los que debemos informar a ellos. Constantemente nos percatamos de las dificultades que la profusión de la corrupción nos plantea para dar respuesta a esas inquietudes”, certifica la Academia de Derecho Penal del Colegio Nacional de Abogados Foro de México, A.C.
Existe una palabra perfecta que ciertas togas de indignidad suelen utilizar para justificar la injusticia “¡de a cómo!, ¿no?”. Normalmente esa expresión depende de sus necesidades y el hambre por la que atraviesan esas togas de corrupción. No se piense que sus pedidos son pequeños. No. Estamos hablando de cantidades de magnitudes astronómicas. No se trata de cualquier ladrón de banqueta y pacotilla, sino de connotados criminales de cuello blanco.
Para el prestigiado penalista Alberto Woolrich Ortiz, “concurre un componente que agrava sensiblemente el fenómeno de la corrupción en el entorno de esos indeseables letrados”.
Las togas más fieras —agrega— son aquellas que se saben impunes por la protección que reciben de sus superiores. “Evidentemente eso no es sano para la probidad en la justicia y menos aún para ‘la honestidad de la Cuarta Transformación de la Nación’, que tanto presume Andrés Manuel López Obrador”.
Considera que en el sistema de corrupción de la justicia, hay una presión de la estructura que conforman las instituciones, que si no se han transformado es porque el fiscal Alejandro Gertz Manero, y otros, tienen el temor de provocar su propia ruina.
Asevera: “Un sistema de intereses, corrupto, o ignorante de la aplicación de las leyes, se construye siendo omiso en investigar los actos de corrupción de esos infames ministriles de justicia. Múltiples togas de indignidad pretenden ser omisos tratando de mostrar rostros de una supuesta honorabilidad. Esas omisiones resultan favorecedoras para una acumulación de riqueza, destruyendo con ello la integridad de nuestros recintos de justicia. Cuán poco se honra a México con esa pregunta: ¡De a cómo! ¿No?”
En medio de este tipo de protocolos antiéticos, la Academia de Derecho Penal del Colegio Nacional de Abogados Foro de México, A.C., lanzó un reto al Ejecutivo federal: “Hasta cuándo, Señor Presidente, tendrán los justiciables que escuchar ¡De a cómo! ¿No?”, porque ni cercenando las manos a ladrones “institucionales”, se acabaría la corrupción, al muy estilo iraní o saudita.
¡Es cuanto!, dijo finalmente el jurista Alberto Woolrich Ortiz, quien es presidente de la citada Academia de Derecho Penal.
Reportero Free Lance *
Premio México de Periodismo Ricardo Flores Magón-2021