Por Liliana Morán/Elizabeth Cruz, Ciencia UNAM-DGDC
Desde la época de los griegos y romanos se buscaba observar a detalle heridas, tejidos y materiales. Usaban esferas de vidrio llenas de agua, pero no lograban un aumento considerable.
Fue hasta 1674 cuando Anton Van Leeuwenhoek, un comerciante de telas obsesionado por verificar la calidad de los tejidos, perfeccionó algunas lupas e ideó un microscopio compuesto por una sola lente sobre una placa metálica que le permitía observar las muestras de tela que colocaba sobre la cabeza de un alfiler; así logró aumentar hasta 200 veces el tamaño de lo que veía.
“La microtecnología permite la fabricación y construcción de aparatos o dispositivos de tamaño micrométrico. A esta escala las reglas son diferentes, porque los materiales y elementos se comportan de forma distinta a como acostumbramos verlos”, explicó la doctora Laura Oropeza Ramos, académica de la Facultad de Ingeniería de la UNAM.
En el micromundo el agua no se ve afectada por la gravedad; puede adherirse y trepar por algunas superficies porque los fluidos son capaces de adaptarse al medio que los contiene.
Dentro de un microcanal –aproximadamente del ancho de una vena delgada– los fluidos se encuentran tan ordenados que se puede manipular la velocidad, la dirección y, si se desea, mantener dos distintos, unidos o separados, en un mismo microcanal sin que se salgan de determinado espacio. Este comportamiento se debe a la microfluídica, el estudio de fluidos en movimiento.
Hace décadas se logró compactar una computadora que ocupaba un cuarto entero, en lo que hoy conocemos como un dispositivo portátil o celular.
“Actualmente se busca desarrollar lo que se conoce como órganos en chip, tratando de imitar algunas funciones que ocurren en el cuerpo humano; por ejemplo, en el interior de las venas o en los ductos pulmonares, pero ahora adentro de un microchip. Esto minimizará el uso de animales en el desarrollo de fármacos y podrá acelerar el proceso de producción de vacunas, por ejemplo”.