Por BLAS A. BUENDÍA, COMENTARISTA INVITADO
A raíz de la celebración de los comicios federales de junio-2024, donde Claudia Sheinbaum —virtual Presidenta electa—, tuvo un dudoso triunfo electoral presidencial por múltiples circunstancias que están a la luz de las dudas y nulas circunstancias, ha quedado demostrado que México, como país, dejó de ser una nación democráticamente confiable, toda vez que sigue imbuida con el fenómeno de la kakistocracia, la cual tiene varios rostros que se transforman en una cleptocracia de altos vuelos criminales.
Ministros, jueces y magistrados tanto locales como federales, advierten que el término cleptocracia (del griego clepto, “robo”; y cracia, “poder”), se traduce en territorio y dominio de ladrones profesionales.
Es —acusan— el establecimiento y desarrollo del poder basado en el robo de capitales financieros, institucionalizando la corrupción y sus derivados como el nepotismo, el clientelismo político y/o el peculado, de forma que estas acciones delictivas quedan impunes debido a que todos los sectores del poder están sumamente corrompidos, desde la justicia, funcionarios de la ley y todo el sistema político y económico de México.
Para sectores ortodoxos sigue sin aceptar los resultados de la elección del 2 de junio, porque “todos se sienten identificados con la inconformidad”, dejando los hechos como un claro ejemplo que México sigue retrocediendo en su manera de ser gobernado por una casta de crueles y descorazonados políticos que han emanado —como lo dice el mismo término de la kakistocracia—, incorporándose políticamente como los peores hombres y mujeres de la sociedad, gobernados por la ineptitud, la incompetencia, los menos calificados y los más cínicos.
La vergonzosa frase de Andrés Manuel López Obrador, “a mí no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”, se mantendrá como una clara muestra de la completa degradación que viene sufriendo el modelo de “gobierno” de la Cuarta Transformación.
Si bien es el momento de pormenorizar que en el noveno día de agosto de 1644, en St. Maries, Oxford, el religioso Pablo Gosnold, al predicar un sermón, utilizó por primera vez la palabra Kakistocracia, la terminología se ha extendido a nivel mundial, ya que ésta es aplicada para los gobiernos no solo de izquierda que son los más “elocuentes” y “loables” que adornan su incapacidad intelectual, sino en las corrientes de centro y derecha, es decir, que no es propiamente para fastidiar el prójimo para los rojillos incendiarios, “que desde siempre, históricamente han buscado fuego en el cielo para incendiar a su país”.
Conforme a las directrices abominables del Foro de Sao Paulo, que es integrado por políticos de izquierda resentidos, que solo velan por desmantelar las instituciones democráticamente republicanas en la mayoría de los países latinoamericanos, se profesa esa fatal política en contra de su propio desarrollo.
Aquellos entes que pretenden ser “mártires” al sumir rebeliones sociales para avasallar la perversidad de los canibalescos gobiernos de izquierda —contra las tempestades de Estados fallidos—, prácticamente son desaparecidos de la faz de la tierra.
Son asesinados con tiros de gracia en la cabeza, descuartizados bajo la complicidad del manto de la noche en sitios clandestinos que hoy en día, se practican métodos de crueldad humana.
Las víctimas son introducidas en tambos de ácido para desbaratar las moléculas de los cuerpos en un periodo de entre 36 a 48 horas —dependiendo el tamaño del cadáver—, para lo cual, los “cocineros” usan ácido clorhídrico o en su defecto ácido sulfúrico.
Ante estas graves consecuencias sociopolíticas, el artículo 136 de la actual Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, si bien acusa que “en caso de que por cualquier trastorno público, se establezca un gobierno contrario a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo recobre su libertad, se restablecerá su observancia, y con arreglo a ella y a las leyes que en su virtud se hubieren expedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el gobierno emanado de la rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta”.
Frente a esta ultrajante advertencia, aun cuando constitucionalmente se reconoce que en cualquier proceso electoral mayoritario pudieran los triunfadores hasta cambiar la Constitución, los preceptos carrancistas de la Carta Magna de 1917, conforme a las actuales circunstancias, entrará a una faceta de “espera” para que en el futuro pudiera la sociedad darse cuenta que su voto en comicios de índole federal, no ha sido cabalmente respetado debido a la existencia de calificados delincuentes electorales para alterar la voluntad del pueblo mexicano.
Pero en ese Golpe de Estado, la caterva de izquierdosos encontró una complicidad abrumadora “para echar a perder el mosaico social de la Nación”, el propio pueblo que fue copiosamente sobornado.
Su tren de vida es tan acelerado que en cualquier momento se descarrilará porque en el régimen del llamado #NarcoPresidenteAMLO, manipuló una elección de Estado para cometer el peor robo —no solo del siglo, sino del nuevo Milenio—, con porcentajes que no cuadran con los enlistados electorales.
El grado descomposición, permitió que México fuera invadido por una ola de inmigrantes que se integraron como Traidores de la Patria (con sello morenista), obteniendo estratosféricos salarios con el V° B° del Ejecutivo federal, dineros propiamente del erario nacional.
México no es como Argentina, por ejemplo, porque en cada movilización social existe un comportamiento cívico y no la compulsa de una rebelión desalmada por parte de grupúsculos que alteran la paz de los pueblos.
Si México viviera tiempos post revolucionarios, con plena seguridad y sin equívoco, volvería a re-tomar las armas para avasallar a los enemigos de la Patria que en la actualidad, lamentablemente se perdió hasta esa mística de lucha civil, “porque si los millones de mexicanos no tienen ni para comer, menos tendrían para comprar arsenales y levantarse en armas”.
El socialismo en primera instancia, y el comunismo como segunda instancia, “es el binomio perfecto para construir el segundo piso de la Dictadura Perfecta en México”, ya que la virtual presidenta electa, anunció su primera acción garrafal, muy desempeñada por gobiernos autócratas, “levantar” —a modo—, las encuestas para conocer la opinión de ciudadanos sobre la reforma al Poder Judicial, y que los resultados de ese plebiscito, estarán listos para ser anunciados en breve.
En los pasillos del Congreso de la Unión —Cámara de Diputados y Senado de la República—, avizoran que en contra de esas tempestades del Estado, surgirán “espíritus inquietos” para evitar la perpetua innovación del gobierno de izquierda sheinbauista, como una loca especie de Kakistocracia.
En tales circunstancias, a México le esperan transitar por rumbos salvajes e irregulares para echar mayoritariamente a hombres y mujeres de talentos incomparables, de esta Nación que los vio nacer.
Morena como gobierno —afiliado al Foro de Sao Paulo—, hoy reconocida como “Ali Babá y los cuarenta ladrones”, será el despertar para socavar a ese cuartel de delincuentes que nunca debió haber existido en un país que no halla cómo salir de un atolladero antidemocráticamente infernal.
En esta simbiosis, Morena está dominada por ex priistas resentidos y criminales, quienes en conjunto, han cometido el fraude electoral presidencial más escandaloso de la historia de México.
El fraude de 1988, en comparativa al del 2024, “es un juego de niños”, toda vez que su principal operador, el mapache Manuel Bartlett Díaz, desde el ostracismo, encumbró a Claudia Sheinbaum para transformarla en una delincuente electoral presidencial, en potencia. Ese sería el marcaje de su gobierno.
En síntesis, la kakistocracia de Morena arrastra patéticos rostros como la cleptocracia criminal, equiparado a un Golpe de Estado, que lamentablemente no hubo sectores que se antepusieran a tan semejante Crimen de Estado, una elección amañada y satura de irregularidades, donde las fuerzas armadas sirvieron no solo para intimidar al electorado, sino prestarse para avalar un fraude de dimensiones nunca antes visto.
Con AMLO y su 4T, se sentía un ambiente de guerra civil, era un hervidero de polarización política extrema, hubo varios intentos de la izquierda política para imponer un régimen socialista, pero ahora, pese a su marioneta Sheinbaum, se espera que haya una recomposición y reparación daños a la República.
Comparativamente, entre AMLO y la Historia Universal, para Hitler —conspirativamente— la guerra es la gloria, la guerra es algo fantástico, algo bueno para la nación alemana; era miserable el tirano de bigote champlintesco; en tanto que AMLO aplicó el odio racial, compaginado con el narco-terrorismo, la violencia contra la sociedad partiendo del virus del Covid19 que arrasó con miles de vidas de mexicanos, en una guerra sin cuartel, todo por su atroz arrogancia y crueldad por el poder.
La barbarie del obradorismo perdurará como un mal recuerdo de la historia contemporánea de México; como el de un pueblo que encumbró a su ogro como presidente de la República, que al dejar el poder a partir del primero de octubre, será también aborrecido como los mandatarios que surgieron de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional: el odio por siempre y para siempre.
La calidad inmoral de AMLO
Dentro de este tema, el politólogo Juan José Rodríguez Prats, habló de “La ‘victoria’ de AMO”.
Hace casi un cuarto de siglo participé en una conversación, con tintes de debate y desbordamiento de pasiones, con cinco políticos tabasqueños. Andrés Manuel López Obrador, a semanas de ser postulado al gobierno del Distrito Federal (hoy Ciudad de México), era uno de ellos.
El tema, al pertenecer a una misma generación y conocernos de varias décadas en la brega política, militando en partidos diferentes, surgió al calor de la plática. ¿En qué consiste tener éxito en la vida política y cómo medirlo?
Lo primero fue ponderar si lo más importante era llegar a un ambicionado cargo público. Los cinco habíamos contendido (como candidatos o precandidatos) a la gubernatura y habíamos sido electos para cargos de elección popular.
Se dijo que no podía considerarse un triunfo si para lograrlo se usaban medios inmorales. Aquí vino otra interrogante: ¿es posible en México llegar a un cargo sin incurrir en deshonestidad, solamente por mérito propio; preservar principios y cuidar la dignidad personal sin incurrir en servilismo?
Andrés Manuel negó esas posibilidades. A mi reflexión de que uno era cómplice si se llevaba a un puesto a alguien que no tuviera la calidad moral para desempeñarlo, me dijo: “Si vieras a los que he tenido que postular”. Aclaro, ya había sido presidente del PRD.
Sin un consenso pleno, dando por hecho que el fin justifica los medios, y que para poder cambiar a México había que llegar a posiciones de poder sin importar la manera de lograrlo, pasamos al siguiente tema: ¿qué hacer y cómo evaluar lo hecho?
Aquí nuevamente el hoy presidente propuso la cualidad esencial a ser ponderada: congruencia, cotejar lo prometido con lo realizado. Recordé una frase de nuestro paisano Carlos A. Madrazo: “Somos luces y sombras. Lo importante es el saldo final”.
El 31 de diciembre de 2018 sostuve un brevísimo diálogo con AMLO en la toma de posesión del gobernador de Tabasco. Al acercarme a saludarlo, le dijo a su esposa: “Este es un hombre íntegro”.
Me preguntó qué estaba haciendo, le respondí: “Leo, escribo, hablo. Quisiera escribir tu biografía, pero con lo malo me va a salir muy voluminosa”.
Me respondió: “Déjate de tonterías, vamos a la acción”.
Mi respuesta fue espontánea: “Acción Nacional”.
Remató con un “Eres incorregible”. Hay testigos de este diálogo.
Hoy parecería inútil ocuparme de este tema. Creo que el presidente ya tiene el récord de libros sobre su pésimo desempeño y aún no termina el sexenio. El término con el que mejor se le puede identificar es el de incongruente, en pocos rubros cumplió su palabra.
Focalizo lo que a mi parecer es su mayor contraste entre lo que siempre dijo y lo que, al final de cuentas, hizo.
Nadie puede negarle su extraordinario denuedo. Inició su carrera de menos cero y, con una ambición descomunal, se obsesionó con alcanzar la presidencia.
En la historia de México, su caso solo es equiparable al de Benito Juárez y Porfirio Díaz. Su bandera siempre fue la democracia. Su discurso era machacón: respetar el voto.
Nunca sabremos qué sucedió en la elección presidencial de 1988, llevando por siempre el estigma del fraude.
La de 1994, el mismo presidente Zedillo la calificó de inequitativa; la del 2000 ha sido la menos cuestionada; la de 2006, la más competida y señalada como fraudulenta, sin pruebas; en la de 2012 hubo evidencia de compra de votos; la de 2018 generó la mayor expectativa de cambio y la de 2024 es la más ilegal, manipulada y arbitraria de los tiempos recientes.
Lo más grave es la conformación del Poder Legislativo, tanto nacional como local. Ninguna democracia funciona sin asambleas parlamentarias. Veremos en las cámaras todo, menos la deliberación y el acuerdo.
Mario Vargas Llosa calificó a nuestro sistema como la dictadura perfecta. Esto es peor, hemos arribado a una dictadura imperfecta.
Nietzsche decía que el infierno consiste en descubrir la verdad demasiado tarde. Ahí estamos y al presidente le corresponde el sitio más ardiente, puntualizó Juan José Rodríguez Prats, quien ha sido legislador en su carrera política.